viernes, 13 de marzo de 2009

La moda y los amateurs universitarios



El vestido es una manifestación continua de
los pensamientos más íntimos, un lenguaje, un símbolo.
Balzac
Change in fashion is the tax which the industry
of the poor levies on the vanity of the rich”
Chamfort


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Podemos considerar normal el hecho de que la mayoría de seres humanos, desde mucho tiempo atrás necesite usar indumentaria. Asimismo, podemos decir, que la moda ha vestido al ser humano a su imagen y semejanza. Sin embargo, queremos saber por qué, en qué momento y quién decidió que esto fuera así. Somos la mayoría quienes nos sentimos incluidos en estos parámetros humanos? Según Alison Lurie la moda partió de una necesidad de comunicación, un sistema de signos. Por otro lado, Joanne Entwistle propone una búsqueda a través de las ciencias sociales para encontrar la ontología del vestir, y más directamente, de la moda. En medio de estos dos análisis antagónicos, nos encontramos en un punto necesario para comprender muchos elementos de la moda y el vestir. La importancia de estos estudios no está por sentada; hablamos de un fenómeno que incluye a sociedades enteras. Enfocándonos en nuestra realidad más cercana, el caso de los jóvenes que entran por primera vez a las universidades ecuatorianas puede funcionar como foco de análisis.

Cuando los jóvenes salen del colegio, obviamente saben lo que está de moda y lo que no. No obstante, el uso del uniforme en la mayoría les ha permitido tener cierta flexibilidad de qué ponerse las veces que no lo usan. Es así como entran a la universidad, con un estilo precario que se difumina en medio de esa recién descubierta selva de influencias. Para algunos, no es un delirio tener que asistir a clases con ropa diferente cada día, pero otros en cambio se toman el de tener que vestirse a diario, casi como un ritual. Esta situación se puede ejemplificar con la situación de la ‘plaza publica’, que es equivalente a la universidad. Tú eres como te ven. Lurie lo explica así: “la identificación con un grupo social y la participación activa en él siempre implican al cuerpo humano y a su adorno y vestido” (33). Y así sucede, con el paso del tiempo, sienten más presión de vestirse de una u otra forma, acoplándose a los ideales de estilo y vestir que observan. Los chicos encuentran nuevos micromundos, entre esos las subculturas, en los que se involucran incluso con su misma forma de ser. Si pensaron que en el colegio habían definido quienes son, es una nueva prueba entrar a uno de los ‘nichos’ creados en la sociedad universitaria. En esto quizás no se equivocó Lurie, pero bien describe Enwistle que la moda es más que la ropa y los accesorios que usamos (61). Es más, “el sistema de la moda no sólo proporciona prendas para llevar, sino que confiere belleza y atractivo a las mismas, a veces poniéndolas en contacto directo con el arte. Al hacerlo, involucra a la estética en la práctica diaria del vestirse”. Es decir, hay implicaciones más allá de lo meramente individual, ya que como menciona, es todo un sistema; y lo digo, económico, social e incluso político con respecto al soft power, del que hablaré más abajo.

Un tema que creo pertinente tratar es el cuestionamiento de qué objetivo tiene, al fin, la moda. Lurie, por su parte, tiene una versión más positiva en cuanto a que desmiente la posibilidad de que la moda se trate solamente de una conspiración entre diseñadores, quienes fabrican y los medios de comunicación. En el texto de Enwistle, vemos nuevos indicios de esta conjetura que parecería ser más bien política, pues nos recuerda a la teoría del soft power. Por ejemplo, cita a Wilson para afirmar que la moda es en definitiva, un síntoma visual de la modernidad (63). Mucha de la ropa que usamos, muchas veces (¿o casi siempre?) no tiene razón de ser. Menciona la autora, en la página 79 que no hay razones que justifiquen verdaderamente ponerse una prenda u otra. Es más, existen pruebas de que bien podríamos adaptarnos a vivir desnudos (79), pero simplemente eso no es algo que nos llame la atención. De aquí, el siguiente paso es pensar si realmente nos vestimos nosotros o nos visten. Lurie hace referencia al uniforme (36, 54, entre otras). De hecho, muchos de sus puntos son reclamos a la ‘nebulación’ de la identidad individual y la coerción de la libertad. Lo curioso es que a pesar de lo que dice Lurie, todos parecen dispuestos a someterse a un uniforme implícito. No nos damos cuenta, pero todos nos vamos uniformando de diferentes propuestas de la moda. Así, en las universidades ecuatorianas predominan ciertas marcas según los grupos o subculturas que identifiquemos. Por ejemplo, ¿quién no buscó una chompa Americanino hace algunos años? ¿Qué alternativo tiene unos Converse (o sus relativas imitaciones)? ¿Qué emo no tiene ropa o zapatos Vans? ¿Qué chico fashion puede obviar tener una camiseta American Eagle o Abercrombie? O ¿Qué chica a la moda ha dejado de buscar unos bonitos pumps* o leggings de colores? ¡Nieguen, entonces que esto no es uniforme!

Estamos pues, en medio de un sistema muy complejo, que afortunadamente, digo, trabaja más en nuestro inconsciente que en nuestra atenta y sigilosa razón. La moda no funciona con lógica, al menos no con esa lógica que nosotros conocemos. La modernidad y la posmodernidad han lanzado este anzuelo del que nadie se salva porque es un cebo que atrae a nuestra naturaleza de diferenciarnos y al mismo tiempo de no ser seres abstractos de lo que sucede a nuestro alrededor. Una vez más, retomo el caso de los nuevos universitarios y su tendencia a absorberse con voluntad –o sin ella pero por lo menos no con rechazo- a apegarnos a nuevos uniformes. Sí, estamos 100% expuestos a salir de un uniforme para entrar en otro. En nuestra búsqueda de ser seres auténticos, no hacemos más que buscar a los otros para compartir esa autenticidad de la forma más masiva posible. Eso sí, sentimos esa necesidad de demostrarlo en el medio público, en la ‘plaza’ universitaria, de dejar nuestro rastro, y sí hay quienes nos imiten, qué mejor…

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