domingo, 8 de febrero de 2009

La tensión entre pertenecer y diferenciarse: los emos

Las tendencias de la moda actuales han dado paso al surgimiento de nuevas subculturas que llevan consigo una moda que sigue los patrones de diferenciación e identificación con un ideal. La cuestión de identidad en especial a través de la imagen, adquiere cada vez más importancia para grupos de chicos que buscan identificarse con algo que simule o responda sus discursos y/o prácticas. Si este no es el caso, puede ser también que, en medio de la incertidumbre con respecto a la identidad de sí mismos, muchos jóvenes (ahora también niños más pequeños) deciden ser parte de una subcultura. El caso de los Emo es particular en cuanto a que nace de la toma de características de otras subculturas musicales y ha creado unas propias bastante peculiares. Al ver esta subcultura nacen algunos cuestionamientos ante ciertas contradicciones e insustancialidades que chocan para la mayoría de la gente.

Hoy en día todos hablan de los Emo. Para quienes no saben, los Emo son una subcultura musical cuyo nombre es una abreviación del término en inglés Emotional (sentimental). Se caracterizan por usar pantalones negros o jeans oscuros como los punk¸ pero a diferencia de ellos, combinan el negro con colores como el rosado y el morado, usan distintivos como calaveras, lazos y piercings. Además, se delinean los ojos, usan el pelo lacio, negro, de corte irregular, graso; en muchos emos, les cubre por lo menos un ojo de la cara. Su música es una fusión entre el punk y el Emotional hardcore de los ochentas. Sus canciones justamente tratan de temas como la desolación, la melancolía, la depresión, entre otros temas relacionados con amor y decepciones amorosas. En esto se denota una clarísima importancia tanto a la imagen como al lenguaje corporal y la actitud. Este es un caso en el que se evidencia la afirmación de Hall de que la identidad de construye dentro de un discurso (18) que en este caso es compartido por jóvenes entre los 8 y los 20 años (un rango súper amplio). Las peculiares características antes mencionadas generan ese sentimiento de diferenciación y por cierto, llaman mucho la atención con su vestimenta y actitud, lo que es un foco de atención social imposible de ignorar (véase la coincidencia con Entwistle, 168: …expresan sus propias preocupaciones a través de un estilo distintivo que llama la atención…).

Pero de 100, son más de 80 quienes no entienden de dónde salen ni por qué se visten de esa manera y de esos 80, por lo menos la mitad sienten alguna forma de rechazo hacia los Emo. Es ese el punto en el que se vuelve más interesante analizar a un Emo debido a que si son rechazados por una porción considerable de la sociedad (más por sus mismos contemporáneos diferentes a ellos), ¿cuál es la razón para continuar siguiendo esos patrones? La respuesta parece ser más obvia de lo lógico y es que ellos se consolidan en su actitud de melancolía y depresión a través de la sensación de rechazo emitida por quienes están por fuera de su círculo, de su cultura. Ellos sienten orgullo de su indumentaria, porque es su “símbolo de prestigio individual” (Entwistle, 142).

Las subculturas como la Emo son justamente ese círculo que da libertad, satisfacción, pero que asimismo recorta la identidad individual que define a una persona como única y como ella misma. Sin embargo, los Emo son el ejemplo de la aceptación que tiene el sacrificar la identidad individual por la identificación grupal como es el de las subculturas. En la cultura moderna, se habla del cuerpo como un templo de la identidad (Entwistle, 170) en el que la indumentaria lo conforma como si fuera parte de sí. Esta forma de pertenecer abre paso a un análisis mucho más profundo: ¿por qué habríamos de querer pertenecer a una subcultura donde la melancolía es un símbolo inherente? ¿Qué es lo que al final no haría diferenciarnos del resto si no fuera la ropa y la música que escuchamos? Pero asimismo sobresale el hecho de que sin duda han ganado la diferenciación del resto de la sociedad a costa de un rechazo que fortalece su “forma de ser”. Una tensión que curiosamente es bastante simbiótica.

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