domingo, 8 de febrero de 2009

De flaneur a mimado de Dior.

Una historia cubierta por la revista argentina Crítica.

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no son perfectos pero conquistan las pasarelas

Modelos argentinos antizoolander

Son la contracara del ícono fashion tonto protagonizado por Ben Stiller y nunca pensaron en vivir de la moda hasta que los descubrieron. Ganan espacio por una cuestión de actitud y personalidad.

19.11.2008

Una generación de hombres argentino
Una generación de hombres argentinos viene conquistando las pasarelas europeas –y en especial las campañas de Dior– gracias a un nuevo concepto: son chicos "antizoolander". Sí, el ícono del modelo tonto víctima de la industria fashion, encarnado por Ben Stiller en la película Zoolander, que se desvela por tener el celular más pequeño del mundo, el pelo más perfecto del mundo y la mirada más matadora del mundo (¡la famosa mirada mágnum!), es todo lo que no se debe ser en el mundo de la moda. Lo que cotiza, ahora, es la actitud y la personalidad que se despega de los lugares comunes del ambiente.

Uno de los responsables de potenciar este concepto es Picky Courtois, director de la agencia Civiles, quien hace nueve años empezó a fotografiar modelos en la calle. Como una suerte de cool hunter, su idea era descubrir caras que no estuvieran condicionadas por los mandatos de la pasarela. “Empecé a fotografiar gente con belleza y actitud pero que no estaba contaminada por la idea de ser modelo. La veía, le corría un poco el pelo, y listo, resultaba perfecta. La estética de la agencia es corrernos de los clichés de la moda comercial y eso es lo que tiene mucho éxito en Europa y Japón”.

Casualmente, para el tiempo que en el que Courtois empezaba a formar su agencia con chicos que, según define él, no se propusieron ser modelos sino que son modelos por naturaleza, los grandes marcas y los grandes diseñadores empezaban a buscar lo mismo. Y el caso de Federico Mosquera, imagen de Cristian Dior, es el ejemplo paradigmático. Cuenta la historia que Federico trabajaba en un cyber de Mar del Plata cuando una modelo de la agencia Civiles lo vio y le sacó una foto. La foto llegó a Courtois quien lo llamó para hacerle más fotos, le hizo unas diez tomas, las mandó a Nueva York, inmediatamente lo pidieron de una revista de Nápoles, a los dos días estaba en Italia y ya tenía pedidos para desfiles en París y Milán hasta que llegó la gran propuesta: Dior lo quería para su campaña de manera ultra exclusiva. Hoy Federico es una estrella internacional del mundo de la moda.

A él le siguieron otros con suerte similar, como Hernán Lacasa y Emilio Alix, a quien Courtois vio en un boliche de Buenos Aires cuando pensaba ser periodista deportivo. Hoy los dos también son chicos Dior y, para el próximo desfile de la marca, serán doce los argentinos que pasen por la pasarela. El manager de Civiles tiene una explicación para esta demanda de modelos nacionales: “En Dior Homme hace poco más de dos años cambiaron la cabeza a cargo: ahora está Kris van Assche, quien se inspira en Latinoamérica para sus colecciones, y mezcla influencias del tango con raíces brasileñas y argentinas, y para él el estereotipo masculino moderno es básicamente la estética argentina”.

Si bien el lugar común siempre recae en la idea de que las mujeres argentinas son las más lindas, lo cierto es que en el mundo son ellos los que están mejor posicionados a la hora de desfilar o hacer campañas. En la mayoría de los casos, las modelos argentinas se dan cuenta de que el trabajo en el exterior es demasiado competitivo y que muy pocas veces logran el reconocimiento que, en la Argentina, ganan con una sola temporada de mini fama. Los hombres, en cambio, se toman el asunto como una aventura y resisten todo. “Además, con sólo saber que del otro lado del Atlántico hay rusas y brasileñas hermosas esperando compartir la pasarela, ellos se suben encantados al avión”, concluye Courtois.

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Lo gracioso aquí es la trascendencia que puede tener un filme paródico cuyo fin era hacer que la gente se divierta con las burlas hacia el campo de la moda. Estas cuestiones se ven muy a menudo y forman parte de una cotidiana batalla que no va a ningún lado. Pero de alguna forma, ambas industrias -la de la moda y la del cine hollywoodiano- se benefician de este ‘mutualismo’. Por una parte, ¿No adquieren los famosos más importancia cuando son parodiados? Este tipo de cambios figuran la dialéctica natural de la moda y su complejo ciclo. Una vez que el glamour deja de serlo todo, llega la propuesta siguiente: negarlo. Mi hipótesis: la moda funciona tanto como aceptación, al igual que como negación.

Esto me trae a la mente el caso de la cantante pop Ms. Britney Spears. Su leyenda consiste justamente en ver su imagen remedada a través de videos musicales (como el caso del rapero Eminem) o en películas (como en la animación Robots o Scary Movie), por mencionar unos ejemplos. Los típicos atuendos de Britney son ya un estereotipo de ella misma y sus fans. En este caso, sucedió al revés. Zoolander pasó a ser el referente de negación de estos muchachos dispuestos a todo por sobresalir como una nueva tendencia en el mundo de lo fashion. Una excelente idea, de la que sin duda Ben Stiller (director y actor de la película) también estará agradecido.

La tensión entre pertenecer y diferenciarse: los emos

Las tendencias de la moda actuales han dado paso al surgimiento de nuevas subculturas que llevan consigo una moda que sigue los patrones de diferenciación e identificación con un ideal. La cuestión de identidad en especial a través de la imagen, adquiere cada vez más importancia para grupos de chicos que buscan identificarse con algo que simule o responda sus discursos y/o prácticas. Si este no es el caso, puede ser también que, en medio de la incertidumbre con respecto a la identidad de sí mismos, muchos jóvenes (ahora también niños más pequeños) deciden ser parte de una subcultura. El caso de los Emo es particular en cuanto a que nace de la toma de características de otras subculturas musicales y ha creado unas propias bastante peculiares. Al ver esta subcultura nacen algunos cuestionamientos ante ciertas contradicciones e insustancialidades que chocan para la mayoría de la gente.

Hoy en día todos hablan de los Emo. Para quienes no saben, los Emo son una subcultura musical cuyo nombre es una abreviación del término en inglés Emotional (sentimental). Se caracterizan por usar pantalones negros o jeans oscuros como los punk¸ pero a diferencia de ellos, combinan el negro con colores como el rosado y el morado, usan distintivos como calaveras, lazos y piercings. Además, se delinean los ojos, usan el pelo lacio, negro, de corte irregular, graso; en muchos emos, les cubre por lo menos un ojo de la cara. Su música es una fusión entre el punk y el Emotional hardcore de los ochentas. Sus canciones justamente tratan de temas como la desolación, la melancolía, la depresión, entre otros temas relacionados con amor y decepciones amorosas. En esto se denota una clarísima importancia tanto a la imagen como al lenguaje corporal y la actitud. Este es un caso en el que se evidencia la afirmación de Hall de que la identidad de construye dentro de un discurso (18) que en este caso es compartido por jóvenes entre los 8 y los 20 años (un rango súper amplio). Las peculiares características antes mencionadas generan ese sentimiento de diferenciación y por cierto, llaman mucho la atención con su vestimenta y actitud, lo que es un foco de atención social imposible de ignorar (véase la coincidencia con Entwistle, 168: …expresan sus propias preocupaciones a través de un estilo distintivo que llama la atención…).

Pero de 100, son más de 80 quienes no entienden de dónde salen ni por qué se visten de esa manera y de esos 80, por lo menos la mitad sienten alguna forma de rechazo hacia los Emo. Es ese el punto en el que se vuelve más interesante analizar a un Emo debido a que si son rechazados por una porción considerable de la sociedad (más por sus mismos contemporáneos diferentes a ellos), ¿cuál es la razón para continuar siguiendo esos patrones? La respuesta parece ser más obvia de lo lógico y es que ellos se consolidan en su actitud de melancolía y depresión a través de la sensación de rechazo emitida por quienes están por fuera de su círculo, de su cultura. Ellos sienten orgullo de su indumentaria, porque es su “símbolo de prestigio individual” (Entwistle, 142).

Las subculturas como la Emo son justamente ese círculo que da libertad, satisfacción, pero que asimismo recorta la identidad individual que define a una persona como única y como ella misma. Sin embargo, los Emo son el ejemplo de la aceptación que tiene el sacrificar la identidad individual por la identificación grupal como es el de las subculturas. En la cultura moderna, se habla del cuerpo como un templo de la identidad (Entwistle, 170) en el que la indumentaria lo conforma como si fuera parte de sí. Esta forma de pertenecer abre paso a un análisis mucho más profundo: ¿por qué habríamos de querer pertenecer a una subcultura donde la melancolía es un símbolo inherente? ¿Qué es lo que al final no haría diferenciarnos del resto si no fuera la ropa y la música que escuchamos? Pero asimismo sobresale el hecho de que sin duda han ganado la diferenciación del resto de la sociedad a costa de un rechazo que fortalece su “forma de ser”. Una tensión que curiosamente es bastante simbiótica.